Las consecuencias políticas y el legado
Tras el asesinato, el gobierno decretó Estado de Sitio y reforzó las medidas contra el narcotráfico. El dolor ciudadano se convirtió en un clamor multitudinario: más de un millón de personas acompañaron su sepelio en Bogotá, un homenaje que desbordó calles y plazas.
En lo político, su proyecto no murió del todo. César Gaviria, su jefe de campaña, asumió la candidatura y resultó electo presidente en 1990, recogiendo parte de las banderas de Galán. Sin embargo, la ausencia del caudillo liberal dejó un vacío que ninguna figura logró llenar con la misma legitimidad y esperanza.
Los procesos judiciales tardaron décadas: se condenó a los sicarios, a políticos como Alberto Santofimio Botero y se investigó a altos mandos como el general (r) Miguel Maza Márquez. En 2016, la justicia lo declaró crimen de lesa humanidad, impidiendo su prescripción. Aún hoy, en 2025, se siguen abriendo juicios contra los implicados.
Memoria, símbolos y tensiones
El nombre de Galán pasó a convertirse en sinónimo de integridad política. Desde 2001, el Congreso entrega la Medalla Luis Carlos Galán de Lucha contra la Corrupción a quienes continúan esa causa. Monumentos, plazas y colegios llevan su nombre, como recordatorio de lo que pudo haber sido Colombia bajo su liderazgo.
Pero la memoria no es estática. En marzo de 2025, durante las marchas feministas, una estatua suya fue pintada y atacada como acto de protesta. Se cuestionó su vida privada, en particular una relación extramatrimonial ocultada durante años. Este hecho abrió un debate sobre cómo recordar a los líderes: como símbolos intocables o como figuras humanas, con virtudes y contradicciones.

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